6.12.10

(sin título) III

   
Hace ya días que paso las mañanas en un Starbucks cerca de casa. El chico rubio que me atiende ya sabe lo que quiero: caffè latte grande con un poco de azucar, en taza de cerámica. Aunque siempre se le olvida darme el ticket para usar el wi-fi, así que cada mañana, una vez he dejado mis cosas y le he dado el primer sorbo a mi café, me obliga a levantarme y a pedirle, por favor, la contraseña. Tengo la ligera sospecha de que le divierte ver como día tras día repito el mismo ritual, pudiendo pedirle la contraseña justo antes de llevarme mi café. Quizás no, quizás no se da ni cuenta y hace su trabajo tan tranquilamente y no tiene a qué acordarse de que cada mañana voy yo a pedirle lo mismo. Pero es navidad, este es el sitio más cercano en el que puedo trabajar en paz y un invento como este siempre lo hace más llevadero. 

Y hablando de la navidad, qué ganas tenía ya. Lo cierto es que no es raro que espere con ganas estas fechas, sabido es que me encantan y que, aún sabiendo que todo suele ser una mierda y que lo único que se consigue en estas fechas es, con suerte, camuflar un poco esa mierda y creer que eres feliz con tanto villancico que te enajena el cerebro, no puedo más que desear que vuelva. Salgo de trabajar por la noche y las luces están encendidas y a mi me apetece bajar andando hasta casa y llegar y que haya un árbol de navidad esperando en mi mesilla de noche y ponerme mis zapatillas y pensar que todo está bien. 
  
Sigo en este Starbucks, esperando que vuelva todo y tomando el último sorbo de café. 
 

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