28.12.10

3MSC

La adaptación cinematográfica de obras —o pseudo obras— literarias nunca ha sido plato de gusto para un servidor. Que no me convencen, digamos.

La navidad obliga y, amén de que los centros de ocio masivo son lo único que permanece abierto incluso el 25 de diciembre, me vi arrastrado a ver el estreno más esperado en la cartelera española por centenares de chiquillas: 3MSC —o los musculitos de Mario Casas. En realidad parecía el plan perfecto, tarde de resaca entre palomitas y una peliculita romántica. Nada más lejos de la realidad.

Sabiendo que ya de por si las adaptaciones de este calibre no suelen ser de mi agrado, esta película no pudo parecerme peor. El guión no tiene sentido alguno, salta de un sitio a otro sin más y no cierran ningún tema, todo queda en el aire, que lo cierre quien se haya molestado en leer el librito de Moccia, pensarían los guionistas. Pero, ¿y yo? Ya que he invertido un dineral en ver esa película en el cine, por lo menos merezco un guión lógico —que no bueno, pero coherente como mínimo. He ahí el gran error de las adaptaciones, que no lo son, se convierte en un sinfín de planos inconexos que intentan abarcar los cientos de páginas que tiene el libro. Y no, eso no se puede, adaptemos la obra a un guión decente, señores.

Y no voy a hablar de la carencia de verosimilitud en el hecho de que los protagonistas se pasen medio largometraje subidos en una moto y lo hagan sin casco, porque me parece demasiado obvio. Pero vaya, que existen recursos.  

¿Lo peor de la película? Pues la película, mismamente.
¿Lo mejor? El culo de Mario Casas, yo qué sé.   
  

Breakfast.


 

20.12.10

El futuro ya está aquí.

"Belén Esteban es la quintaesencia de la degradación del discurso televisivo, donde no triunfa el que razona sino el que se impone", dice el catedrático Gerard Imbert. 

Escribe Jesús Rodríguez (El País, 19/12/2010) un impecable reportaje cuyo eje central gira en torno a la sempiterna Belén Esteban: oración tras oración, palabra tras palabra, desmenuza el rol y la personalidad de este producto mediático creado por La Fábrica de la Tele sin fecha aparente de caducidad. El personaje de la Esteban atrae, fascina, está en boca de todos —y cuando digo todos, es todos— en tanto que, irrevocablemente, marca un antes y un después en el mundo de la televisión. Un producto sin guionaje, que huye de las reuniones previas al directo, que prefiere explotar ahí mismo en pos de la espontaneidad que la convierte en el fenómeno que es y que hace que a todos nos atraiga, por esto o por aquello. 

A algunos nos divertía —en imperfecto de indicativo—, de eso no cabe duda, pero tras la aparente evidencia de que esto parece no tener fin, nos debería preocupar. Por un lado, tenemos a la heroína y madre coraje que de un momento a otro se desmoronará, será un títere sin público y la vida seguirá para todos menos para ella. Su vida es eso y eso no es eterno; necesitaría un reciclaje que le permitiera seguir bebiendo de las aguas de la vanidad televisiva sin fin, pero es un reciclaje que ella sola no podrá conseguir y que, si no interesa, nadie le ayudará a conseguir. Eso, aunque sea por puro altruismo, nos debería acongojar. Pero lo realmente inquietante ya no es sólo su futuro incierto y su posible declive ya que al fin y al cabo de eso se trata, sino, como apunta Gerard Imbert, del fascismo televisivo que ese personaje denota. Todo por la audiencia: se coge prestada una persona y se hace lo que se quiere con ella —aunque ella, aparentemente, no se da cuenta y sigue defendiendo su fortaleza y su independencia— a cambio de un sueldo desorbitado que hace las mieles de alguien cuya máxima parece ser llenar sus arcas y las de toda su familia. Pero, ¿cuál será el futuro de la gallina de los huevos de oro?

La televisión del futuro parece haber llegado, la llamada nueva telerrealidad rosa (sin escrúpulos) está aquí. Bienvenidas sean, no nos queda otra.   

Reportage | Belén la arma               

14.12.10

(sin título) IV

      
Estoy en pleno proceso gripal, emocionalmente hablando. Tanto cambio me está pasando factura y parece ser que mi título de traductor e intérprete permanecerá en el limbo de la burocracia universitaria unos meses más. Pero a cambio...

A cambio.
   

6.12.10

(sin título) III

   
Hace ya días que paso las mañanas en un Starbucks cerca de casa. El chico rubio que me atiende ya sabe lo que quiero: caffè latte grande con un poco de azucar, en taza de cerámica. Aunque siempre se le olvida darme el ticket para usar el wi-fi, así que cada mañana, una vez he dejado mis cosas y le he dado el primer sorbo a mi café, me obliga a levantarme y a pedirle, por favor, la contraseña. Tengo la ligera sospecha de que le divierte ver como día tras día repito el mismo ritual, pudiendo pedirle la contraseña justo antes de llevarme mi café. Quizás no, quizás no se da ni cuenta y hace su trabajo tan tranquilamente y no tiene a qué acordarse de que cada mañana voy yo a pedirle lo mismo. Pero es navidad, este es el sitio más cercano en el que puedo trabajar en paz y un invento como este siempre lo hace más llevadero. 

Y hablando de la navidad, qué ganas tenía ya. Lo cierto es que no es raro que espere con ganas estas fechas, sabido es que me encantan y que, aún sabiendo que todo suele ser una mierda y que lo único que se consigue en estas fechas es, con suerte, camuflar un poco esa mierda y creer que eres feliz con tanto villancico que te enajena el cerebro, no puedo más que desear que vuelva. Salgo de trabajar por la noche y las luces están encendidas y a mi me apetece bajar andando hasta casa y llegar y que haya un árbol de navidad esperando en mi mesilla de noche y ponerme mis zapatillas y pensar que todo está bien. 
  
Sigo en este Starbucks, esperando que vuelva todo y tomando el último sorbo de café.